Reseña: «X de rayos X», de Sue Grafton

rayos xNoemí Pastor

Catarata

Si U de ultimátum (una de las mejores entregas de la serie, si no la mejor) era un puzle de esos difíciles, que empiezas a completar por los extremos y vas avanzando hasta el centro, X de rayos x es una catarata.

Tú vas navegando por sus páginas como por un río tranquilo, sobre una barquichuela de remos, plácidamente, sin notar ninguna señal de alarma, cuando, de repente, entras en una zona de aguas revueltas con pequeños remolinos; poco después, la corriente se acelera, se acelera, se acelera y, para cuando te das cuenta, ya sabes que vas a caer y ya estás por el aire, sin barca, sin remos, agitando los brazos en el vacío.

El título

Por primera vez en la historia del Alfabeto del Crimen el título original de una novela ha prescindido del “is for” y se titula sencillamente con el nombre de la letra: “X”. Eso sucede, como digo, en el original en inglés, sencillamente, nos cuenta Grafton, porque no se le ocurría ninguna palabra adecuada que comenzara por x. En español, en cambio, sí se les ha ocurrido y la han titulado, muy acertadamente, como de costumbre, X de rayos X.

Con todo, como para compensarse por tener que renunciar al “is for”, Grafton se ha divertido de lo lindo salpicando la novela de x. Así tenemos a la dulce parejita formada por Teddy y Ari Xanakis, a un sacerdote católico llamado padre Xavier, un banco bautizado X. Philips y una empresa que responde a las siglas XLNT.

Como sé que los títulos del Alfabeto siempre interesan a cualquier ser humano con una mínima afición lingüística, os cuento que no sé nada del título de la y, pero sí sé que el de la z será “Z is for Zero”, otro reto para la traductora al español, y que saldrá en Estados Unidos en 2019.

Tres casos tres

Ni uno ni dos, sino tres casos ocupan a la vez a Kinsey Milhone en esta novela. No con la misma intensidad, eso sí; puede decirse que hay un caso principal, otro secundario y un tercero mínimo, pero jugoso.

Los tres casos no se entrelazan, no interactúan, no confluyen. Grafton salta de uno a otro con agilidad y le confiere al texto una viveza apetitosa.

El caso principal gira en torno a un depredador, un misógino, al que Grafton trata con la misma frialdad, con el mismo desapasionamiento con el que él se comporta.

Resulta ser un personaje muy atractivo (¡ojo! como personaje; como persona es repulsivo), uno de esos don nadie que se vengan de su insignificancia, del poco caso que les hacen los otros hombres, martirizando a las mujeres, con la excusa estúpida de que hace muchos años una (su madre, su abuela, una novia preadolescente… ¡qué más da!) fue perversa con él. Busca a mujeres no débiles ni vulnerables, sino en especial situación de vulnerabilidad, en horas bajas, y las vampiriza.

Todos los caminos narrativos, todas las corrientes del relato conducen hacia este sociópata y probable asesino en serie. Desde el principio intuimos que Milhone tarde o temprano ha de encontrarse cara a cara con él. Tememos ese momento y a la vez lo esperamos; así de hábilmente maneja Grafton los hilos de la historia y de nuestras emociones.

En el segundo caso encontramos un buen contrapunto: una cuadrilla de delincuentes de poca monta, nuevos ricos marrulleros, millonarios californianos con un punto hortera, de esos que juegan continuamente a las bodas y a los divorcios, con todos los vaivenes de bienes y capital que ello conlleva.

Y luego está el tercer caso, que no llega a ser ni caso; sería más bien un minicaso, un suceso que tiene un punto en común con el principal porque lo protagoniza ese tipo de gente malvada que se camufla hábilmente en la normalidad e incluso en la debilidad. “Los que están dispuestos a urdir engaños de poca monta suelen ser deshonestos en todo”, reflexiona Milhone al respecto.

Veinticuatro entregas de Kinsey

Como quien no quiere la cosa, hemos llegado a la novela número veinticuatro de la serie y ¡ya solo nos quedan dos! Parece mentira que estemos ya en las vísperas del final y que Grafton no dé muestras de falta de ideas.

Bien al contrario, de nuevo exhibe su gran oficio a la hora de construir una tensión narrativa y de nuevo hace brillar rutilantemente al personaje central, a la gran Kinsey Milhone.

La conocimos con 32 años en “A is for Alibi”, en 1982, y veinticuatro novelas y casi siete lustros después, tiene 38 y habita un envidiable paréntesis temporal en el que la historia transcurre despacio.

Quizás por eso no sea una detective al uso: nada de tormentos ni padeceres. Kinsey lleva la vida que quiere y ama la vida que lleva. Ahora, más salvaje, arisca y ermitaña que nunca, nos brinda deliciosos momentos de fiereza, hermoso cantos a la libertad individual y cultivadas perlas de sarcasmo. No os perdáis, por ejemplo, su impagable escena en una jugueteria, cuando se adentra a comprar regalitos para la prole numerosa de una amiga.

Otra prueba de la maestría de Grafton es que consigue transmitirnos la idea de que la aventura continúa incluso cuando acaba el libro. Al igual que el personaje de Peter Wolinsky salta de la w a la x, cerramos esta última novela con la sensación de que ahora mismo, en este tiempo que transcurre y va a transcurrir entre la x y la y, a Kinsey Milhone le están ocurriendo un montón de cosas y que nos las va a contar todas en la próxima entrega. ¡Qué ganas ya de leerla!

 

X de rayos X
Sue Grafton
Trad.: Victoria Ordóñez Diví
Tusquets
 

4 comentarios en “Reseña: «X de rayos X», de Sue Grafton

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