«La balada de Rikers Island», de Régis Jauffret, por Noemí Pastor

la-ballade-de-rikers-island-396194Noemí Pastor

Es literatura

Seguro que has oído o has leído que este libro contiene un relato sobre el escándalo protagonizado por Dominique Strauss-Khan (en Francia lo abrevian felizmente en DSK), acusado de abusar sexualmente de Nafissatou Diallo en un hotel de Nueva York. Pues no. No te lo creas. Es literatura.

Ya nos lo avisa el título con su descarada referencia a La balada de la cárcel de Reading de Oscar Wilde. Así como la cárcel de Reading supuso la muerte literaria (y casi casi la real) de Wilde, la isla de Rikers y concretamente el penal de máxima seguridad que allí se ubica, donde todos los años dos o tres prisioneros se suicidan cogiendo impulso y estampándose el cráneo contra la pared, supusieron la muerte política de DSK, que entonces era director gerente del Fondo Monetario Internacional y aspiraba a la presidencia de Francia.

Nos lo avisa también la portada del libro, que, bajo el título, dice claramente y con mayúsculas “ROMAN”, es decir, novela, aclaración con la cual tanto el autor como la editorial se protegen las espaldas frente a posibles querellas por difamación, aunque no lo consiguen del todo.

Nos lo sigue avisando la cita que abre el libro, del propio Régis Jauffret, que afirma que “La literatura es la realidad aumentada”.

Pero más que nada La balada de Rikers Island es literatura porque quiere serlo, porque tiene voluntad de estilo. Así, no esperéis un relato plano y aséptico de los hechos; no esperéis un reportaje periodístico; no esperéis nada simple ni espontáneo. No es así. Jauffret se moja, se pringa hasta los ojos y toma partido, político y poético, polírico, y nos lo presenta con un envoltorio formal estilísticamente muy elaborado.

El ogro y las hadas

Esa escritura trabajada, la proliferación de metáforas y de fulgurantes efectos de estilo contribuye a desdibujar tanto los hechos como los personajes; lo convierte todo en menos natural, más ficción, en una fábula perversa, lúgubre, sobre el poder y la explotación en lo político, lo financiero y lo sexual.

Y, como en las fábulas, los protagonistas son criaturas simples: un ogro consciente de que su enorme tamaño lo vuelve intocable, porque puede aplastarlo todo, y absolutamente confiado en que saldrá impune de toda tropelía que cometa, y un ejército de pequeñas hadas que revolotean en una cueva plagada de murciélagos que quieren devorarlas y sencillamente protegen su integridad y su dignidad.

Jauffret se introduce sin recato en los pensamientos y en las emociones de sus criaturas y se detiene prolijamente en el impacto y los efectos que produjo sobre algunas de ellas un suceso de tal magnitud.

Y digo algunas de ellas porque Jauffret hace una excepción llamativa se abstiene de meterse en la oscura piel de la víctima; deja a un lado la arrogancia del hombre blanco que interpreta a la mujer negra y se aleja de ella, mantiene una distancia de respeto político que contrasta fuertemente con el trato denigrante al que la someten los defensores del gran hombre blanco.

Es curioso: ataca de frente y sin piedad a DSK y guarda una respetuosa distancia con la víctima, la única que no va a demandarlo.

Además, Nafissatou Diallo es la única que tiene nombre en la historia. El prisionero de Rikers Island no tiene; es “él”. La esposa que arrastra su humillación por los mejores hoteles y apartamentos de Nueva York y París tampoco tiene nombre; es “ella”.

Hacia el final, sin embargo, Jauffret abraza del todo a Diallo, la acoge, la retoma, la protege y es entoncescuando nos ofrece, como si la hubiera estado reservando, la escena de la violación. También son de la víctima las palabras que casi cierran el libro.

Es lo que parece

Forrado en ese papel de regalo un poco de cuento, el relato, sin embargo, solo parte de una tesis sobre lo sucedido: la del abuso sexual, la violación. La postura de Jauffret es clara: aquello fue lo que parecía; exacta, lisa y llanamente, una felación forzada, nunca consentida.

No contempla ninguna otra pista ni posibilidad. No hay revelaciones inéditas. Jauffret solo observa, ausculta y juzga sin recato. Las elucubraciones sobre un posible complot político, chantaje, prostitución, confabulación, trampa o terrorismo quedan, pues, disponibles para cualquier otra novela.

El suceso central no aparece, sin embargo, aislado, sino rodeado por el ojo del narrador, que lo contempla desde todos los ángulos y desde escenarios variados: desde París, donde reside y donde recibe la noticia del affaire, desde Nueva York, donde sucedieron los hechos, y desde Guinea, lugar de origen de la víctima.

Todo este periplo tiene como único fin la ambientación literaria, no la investigación periodística ni la búsqueda de pistas ni explicaciones, porque los hechos, como digo, desde el principio aparecen claros e indudables.

El león dormido

Para acabar, si tuviera que describir muy brevemente esta novela, diría que es una novela poderosa que posee el tempo lento de los grandes relatos, pero que, a ratos, se vuelve incisiva; como un gran felino dormido que ronca pausada y rítmicamente, pero que a ratos se despierta, lanza un terrible rugido, te pega un mordisco o un zarpazo y te abre una herida.

 

La balada de Rikers Island
Régis Jauffret
Seuil
 

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