«Subsuelo», de Marcelo Luján, por Ricardo Bosque

subsueloRicardo Bosque

Mi «novela del año» de 2014 fue Te quiero porque me das de comer, de David Llorente -y lo fue por varias razones, entre ellas por el valiente ejercicio de estilo que proponía-. Lo supe allá por el mes de febrero, cuando quedaba mucho año por delante y con casi todo el pescado por vender, pero es que tuve muy claro que pocas obras me iban a sorprender y golpear como aquella.

2015 comienza muy fuerte y, en parte, de modo similar al pasado ejercicio literario y criminal. Porque acabamos de echar el cierre al primer trimestre -y que me perdonen todos aquellos autores que tienen sus novelas en fase de edición o imprenta- y ya tengo uno de esos candidatos muy pero que muy firmes a ocupar la primera posición del podio. Es, efectivamente, el Subsuelo de Marcelo Luján.

Una narración pausada, con frecuentes y necesarios saltos en el tiempo y el espacio, nada aplicable a ella ese término recurrente de «trepidante» que muchos consideran inherente a una buena novela negra. Al contrario, se trata de un modo de contar la historia desde el sosiego, desde la calma, que provoca en el lector el deseado efecto contrario: desasosiego, congoja, sobrecogimiento, horror…

Porque Subsuelo nos habla de los bajos instintos, de los odios, de los temores que fluyen y laten bajo la piel y la sangre de los miembros de una familia acomodada representada, fundamentalmente, por una madre que comenzó una nueva vida tras huir de Argentina en los setenta y por sus mellizos tardíos.

Los mellizos que convivieron nueve meses en el útero materno y allí desarrollaron los lazos afectivos que, se supone, jamás les abandonarán. Pero también -esto no se supone, resulta tremendamente explícito- la parte sucia, el odio, el egoismo, los celos que hacen que uno de ellos llegue a desear haber acabado con la vida del otro cuando dispuso de los medios y la oportunidad, cuando todavía no habían abandonado la calidez previa al parto, cuando todavía la jodida adolescencia consentida no había llegado a magnificar una recíproca repulsión.

No están solos los mellizos y su madre, por supuesto. Están acompañados, cada verano, por otras dos familias igualmente acomodadas, con hijos igualmente adolescentes o ya algo más maduros, todos reunidos en esa casa solo para vacaciones, en torno a una piscina y disfrutando de las barbacoas nocturnas y el gintonic. Para los adultos. Con hielo. Con mucho hielo.

Bajo la residencia vacacional, como perfecta metáfora de lo que se aprecia sobre el subsuelo, las hormigas, la plaga inextinguible, imposible de extirpar, que todo lo invade y que lucha un día tras otro por aflorar a la superficie e impregnarlo todo.

Lo hace, vaya si lo hace, con un desenlace aterrador e inesperado a pesar de venirse anunciando desde casi las primeras páginas.

Sobre todo si, como un servidor, se tienen mellizos en casa.

 
Subsuelo
Marcelo Luján
Salto de Página
 

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