«La mujer que no bajó del avión», de Empar Fernández, por Jesús Lens

mujerJesús Lens Espinosa de los Monteros

Pensé en escribirle un privado al Facebook, para ver por dónde respiraba, dado que el comienzo de La mujer que no bajó del avión me estaba generando pesar, amargura y desasosiego. Y tampoco era mi intención alarmar a los amigos de Empar Fernández, preguntándole en público si estaba bien, que qué le pasaba y demás comentarios habituales en la red social.

Después tuve la lucidez de pararme un poco y caer en la cuenta de que su última novela, publicada por la editorial Versátil, es eso: una novela. Ficción. Como los estados del Facebook, por otra parte.

Pero no divaguemos.

Volvamos a esa Barcelona del extrarradio a la que regresa Álex, tras haber pasado una mala racha en Roma. Otra mala racha, como no tardaremos en saber cuando se aloje en casa de su hermano, donde es recibido de mala gana por su cuñada, al verlo llegar cargado con dos petates.

Y es que, en el aeropuerto, su equipaje tardaba en salir. Y mientras lo esperaba, se fijó en una maleta dando vueltas, sola, en la cinta transportadora. Viéndola abandonada y sin nadie alrededor, sucumbió a la tentación, la recogió y se la llevó como si fuera suya, esperando encontrar algo de valor en su interior. Algo que le permitiera tirar adelante. Unos días, aunque fuera.

Sin embargo, lo que se encontró dentro de la maleta fue una historia. La historia de una mujer. La historia de Sara. Una historia tan atractiva como terrible. Una historia que vincula el pasado con el presente. Y que afecta a muchas personas. Una historia que terminará por afectar a Álex, lógicamente.

Que le afectará, en primer lugar, porque la maleta pertenece a Sara y Sara es la mujer del título de la novela. Un título enigmático, atractivo y poderoso. Como la trama de la novela. Aunque, en realidad, no hay trama, en el sentido policial del término. Aunque habrá una investigación policial, claro. Pero la trama realmente importante es la que irá desmadejando Álex, a través del contenido de la maleta de Sara.

Resulta complicado seguir escribiendo sobre La mujer que no bajó del avión sin meter la pata y contar más de la cuenta. Porque la historia tejida por Empar Fernández se disfruta, especialmente, si la descubres a la vez que el protagonista, dejándote envolver por las vidas, los actos y las consecuencias de los personajes.

Y está el ángulo social de la historia. El realismo que exudan cada línea, cada palabra, cada situación, cada diálogo; comenzando por el deseo casi irrefrenable de llevarse una maleta ajena que todos hemos sentido alguna vez; o por el malestar provocado por la irrupción de una vida mediocre y mezquina en la tranquila existencia de una familia. O por las esforzadas vidas de cientos de personas que tienen que doblar turnos para poder seguir (sobre)viviendo en este mundo que, entre todos, hemos construido.

Desde que terminé de leerla hasta que he escrito sobre ella ha pasado bastante tiempo. Le decía a Empar, hace unas semanas, que La mujer que no bajó del avión me había dejado muy pillado. Porque habrá otras novelas más truculentas y de acción desbordante, más adictivas y protagonizadas por personajes heroicos y demenciales. Pero no será fácil que alcancen la densidad y la profundidad emocional de La mujer que no bajó del avión.

La mujer que no bajó del avión
Empar Fernández
Versátil

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