«Don de lenguas», de Rosa Ribas y Sabine Hofmann, por Noemí Pastor


don de lenguasNoemí Pastor

No soy fan de la novela histórica

Es una de mis manías, y, como todas ellas, no tiene demasiado fundamento, lo sé; pero no veo más que limitaciones e inconvenientes en el hecho de situar una narración en el pasado. Si la sitúas en el presente, puedes ir hacia atrás sin miedo. Si, en cambio, la sitúas en 1952, como sucede con Don de lenguas, tienes un techo de hormigón que no puedes superar, a no ser que te deslices hacia el lado fantástico, con los riesgos que ello implica.

Por supuesto que no pertenezco a esa tribu de gentes que se dedica a perseguir gazapos anacrónicos en filmes y novelas; mis conocimientos históricos tampoco dan para tanto y, sobre todo, opino que la creación está por encima del rigor.

En Don de lenguas no me ha molestado en absoluto el historicismo, seguramente porque Rosa Ribas y Sabine Hofmann, las autoras, han pretendido que pase desapercibido, no se han dejado arrastrar por los encantos del léxico arcaizante ni se han detenido en apabullantes recreaciones de objetos o escenarios desaparecidos.

Eso, por supuesto, da vida al relato y le permite fluir ligero y destelleante.

La lingüística resuelve crímenes

“Ese tono lo conocía. Hablaba con la misma altivez y desdén con que las mujeres que se consideran decentes se refieren a las putas o a las fulanas con las que se desahogan sus maridos.”

Servidora de ustedes, que se ha pasado la vida (con mucho gusto, además) estudiando el lenguaje y las lenguas, siempre ha sabido que la forma de hablar y escribir dice muchísimo de una persona, mucho más de lo que cualquiera querría desvelar. Y como el conocimiento de los agentes humanos es fundamental a la hora de resolver crímenes, no debe sorprendernos que un buen análisis filológico arroje chorros de luz sobre un misterio.

La literatura también ayuda, porque buena parte de la historia de la ficción, desde la Biblia a Shakespeare y a Fuenteovejuna, es la historia de los crímenes imaginados de la humanidad. La literatura no criminal también es criminal.

Así, las protagonistas e investigadoras de Don de lenguas, una lingüista y una periodista, se valen de su experiencia profesional para salir airosas de un caso que las toca de cerca y las pone en guardia para no revivir antiguos pesares; porque las dos tienen heridas en su pasado, pero su dolor es altivo y fiero, nunca suplicante ni lastimoso.

Las historias adicionales

No sólo la lingüística resuelve crímenes, sino también la práctica del periodismo; y no precisamente el periodismo presuntamente serio, “de investigación”, sino esa modalidad tan denostada y tan reducida a lo femenino como es la crónica social.

Ana Martí, la periodista protagonista, no puede evitar aplicar a sus pesquisas todo lo que ha aprendido desmenuzando eventos de la alta sociedad barcelonesa y poniendo el foco en detalles, minucias y pormenones que otras personas no saben ver.

Una de esas personas es el inspector Castro, un tipo temible de la policía franquista, investigador “oficial” del asesinato que abre la trama, y que considera que las tareas a las que se entrega Ana Martí son una auténtica pérdida de tiempo y simples chismes, “tonterías, cursiladas” y “comadreos de mujeres”.

El inspector Castro no soporta lo que en la novela llaman historias adicionales, esos mini o microrrelatos que se van por las ramas, que no forman el tronco, sino lo aparentemente accesorio del crimen, pero que en muchas ocasiones son el hilo que conduce a su resolución.

En resumen

Don de lenguas tiene muchos ingredientes novedosos y originales. ¿Un escritor? No: dos escritoras. ¿Un investigador? No: dos investigadoras. ¿Detectives privadas? No: periodista y filóloga. ¿La prolífica Barcelona de los 80? No: la de 1952, con su terrible resaca postbélica y su no menos temible recorte de libertades.

Don de lenguasHay montones de referencias, guiños más bien, al género detectivesco clásico y pasajes de especial intensidad literaria. A mí me ha gustado particularmente un episodio de sexo manual en un cine, mientras en la pantalla Lola Flores canta ”La niña de la venta”.

Con todo, el panorama no es completamente sórdido ni sombrío y las autoras se permiten toques de humor, a menudo inesperados y, precisamente por eso, eficaces.

“─¿Cómo lo hace?

─¿Cómo hago qué?

─Saber lo que otros piensan y preferirían no decirle.

─Es que soy gallego.”

Don de lenguas
Rosa Ribas y Sabine Hofmann
Siruela
 

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