«Heridas abiertas», de Gillian Flynn, por Francisco J. Ortiz

Francisco J. Ortiz

Retrato de familia con muerta(s)

Suele pasar que cuando una novela se convierte de la noche a la mañana en un éxito rotundo, el mercado se apresura a recuperar, de haberlos, los títulos previos y en ocasiones inéditos de su autor: casos como el de Dan Brown -aquí leímos antes El código Da Vinci que las más tempranas La fortaleza digital, Ángeles y demonios y La conspiración– están en mente de todos, y ya verán cómo no tardaremos mucho en poder disfrutar o padecer (según los gustos de cada cual) la primera novela de Joël Dicker, anterior al fenómeno de La verdad sobre el caso Harry Quebert.

Gillian Flynn no es una excepción: su tercera novela, Perdida (Gone Girl), fue una de las revelaciones del panorama editorial estadounidense en 2012, con más de dos millones de copias vendidas al otro lado del charco. Su salto a Europa no se hizo esperar: en nuestro país fue el escritor argentino afincado en Barcelona Rodrigo Fresán, a la sazón director de Roja & Negra para Penguin Random House (antes Random House Mondadori), quien se apresuró a incluirla en tan espléndida colección, y gracias a una campaña publicitaria de bastante peso y el impulso que siempre supone el anuncio de la adaptación cinematográfica (en este caso dirigida nada menos que por David Fincher, y que finalmente llegará a nuestros cines el próximo octubre), el libro empezó a llamar la atención del grueso de los aficionados patrios a la narrativa policíaca.

 

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Rosamund Pike y Ben Affleck protagonizan la adaptación al cine de «Perdida»

El devenir triunfal de Perdida ha traído consigo que se recupere ahora su primera novela aparecida en 2006, la cual se tradujo al castellano como Heridas abiertas al año siguiente, de la mano primero de El Andén y después de Círculo de Lectores, en unas ediciones que lamentablemente pasaron de puntillas por las librerías españolas. Ahora vuelve a ver la luz, con la misma traducción de entonces (obra de Ana Alcaina), pero ya integrada en la línea Roja & Negra, con la distribución normalizada que se merece y con la leyenda “De la autora de Perdida” a tamaño considerable en la cubierta.

Escribe sobre lo que conoces. Este es uno de los consejos más habituales que reciben los literatos, sobre todo los principiantes, por parte de sus colegas veteranos. Para su debut, Gillian Flynn se aplicó el cuento y, además de ambientar la acción en una pequeña villa del sur de Missouri cercana a Texas -el estado y la ciudad que la vieron nacer en 1971-, le concedió el protagonismo a una joven que, como hacía ella misma por aquel entonces, ejerce de periodista; el rasgo del personaje que esperamos no comparta con su creadora es que aquella se automutila de forma habitual con cualquier objeto punzante que tenga a mano (el título original del libro, Sharp Objects, puede traducirse como Objetos afilados). Esta joven periodista residente en Chicago, que responde al nombre de Camille Preaker y que al comienzo de la novela acaba de salir de un hospital psiquiátrico, regresa a Wind Gap, su pueblo natal, dispuesta a investigar para el periódico en el que trabaja los asesinatos de dos niñas que parecen relacionados entre sí tanto como para sospechar de la presencia de un asesino en serie en el lugar. En la pequeña localidad, una suerte de Twin Peaks sureño de calma solo aparente y donde buena parte de sus habitantes parecen guardar algún doloroso secreto, Camille se reencontrará con su madre, una mujer fría y neurótica con la que mantiene una relación distante; su padrastro, un hombre de pocas palabras y actitud pusilánime; su hermanastra pequeña, una adolescente a la que apenas conoce y que parece ser una manipuladora en potencia a la manera de su progenitora; y también con el recuerdo de su hermana muerta, una tragedia que Camille no ha logrado superar en los once años que han transcurrido desde la última vez que pisó los terrenos que rodean a la gran mansión familiar.

 

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Como apreciarán aquellos que ya hayan leído Perdida, ambas novelas comparten una serie de estilemas que hacen de su responsable una autora con un universo propio más o menos reconocible, y entre los que destaca por encima del resto la formulación de una intriga inicial como detonante del relato… al estilo de los whodunit que planteó en sus célebres novelas Agatha Christie, cuya obra Flynn leyó de principio a fin en la biblioteca pública de su ciudad siendo apenas una adolescente. A este aspecto habría que añadir su interés por retratar las relaciones emocionales y sacudir los cimientos de las convenciones sociales y sus sacrosantas instituciones (en aquel caso el matrimonio, aquí la familia y las relaciones entre padres e hijos), un poco a la manera de otra de sus referentes inevitables, Patricia Highsmith, de la que Flynn parece haber heredado su querencia por la turbiedad. Pero entre sus novelas primera y tercera la evolución de la autora es innegable, y como se puede apreciar por nuestra sucinta descripción del argumento, frente a la arriesgada composición narrativa de Perdida Flynn habría decidido foguearse en la escritura creativa con un relato policíaco de estructura más bien ortodoxa, con un agente activo (en este caso una reportera, pero tanto daría que fuese una agente de Policía, una investigadora privada o una doctora forense) que se convierte en álter ego del lector a lo largo de la investigación de uno o varios crímenes.

 

Gillian Flynn

Gillian Flynn

Llegado a este punto, conviene aclarar que Heridas abiertas es una obra excelente que puede y merece recomendarse con entusiasmo: estamos ante un relato de misterio cuyos personajes, como en Perdida, parecen ser presentados como arquetipos de una sola pieza para luego evolucionar hasta convertirse en entidades casi de carne y hueso; individuos que se mueven en un entorno propio de las historias de intriga y terror con atmósfera del American Gothic, donde la presencia de los recuerdos y los fantasmas que habitan en ellos es tan poderosa o más que la de los vivos, y donde se puede sentir la herencia de Daphne du Maurier y su Rebeca o la perversión de los mundos de ficción de estajanovistas del bestseller como Danielle Steel. No es de extrañar, por tanto, ni que la obra en cuestión se haya ganado los aplausos de Stephen King (que tan bien conoce y ha retratado la América profunda, y a quien también ha leído Flynn repetidamente) como que la adaptación audiovisual que ya se ha anunciado sea una TV Movie para la pequeña pantalla, reducto de los relatos de medio pelo de los que por momentos bebe la autora para pervertirlos y enriquecerlos exponencialmente a su antojo.

Pero pese a su indudable atractivo, a la presente novela le hace un flaco favor el ser leída después de Perdida por aquello de las comparaciones odiosas: aquel relato de la desaparición de una joven y la posterior investigación en la que todas las sospechas recaían en el marido no es solo la mejor novela de Gillian Flynn hasta la fecha, sino una obra maestra de la literatura de género actual, así como un extraño artefacto literario que dinamitaba todavía más las convenciones del bestseller (policíaco, romántico, costumbrista) sin renunciar del todo a ellas y lograba así triunfar por todo lo alto en las listas de ventas, dejando con dos palmos de narices a todos los gacetilleros que se creen, nos creemos, capaces de codificarlo, definirlo y categorizarlo todo. Así pues, establecer comparaciones entre ambos libros es, desde luego, tan dolorosamente injusto como inevitable: en Perdida, Gillian Flynn se había convertido ya en una autora curtida en el arte de construir relatos de misterio; en cambio, en Heridas abiertas era una advenediza que todavía tenía mucho que demostrar. Pero vaya si lo demostró, porque la presente novela consigue el milagro de que poco importe adivinar o no la resolución del enigma: de hecho, aquel lector que se vea sorprendido por la conclusión -que presenta varios giros más o menos inesperados hasta el último momento- quedará más que satisfecho; y aquel que en cambio sea capaz de prever el final, y a poco que se esté atento a lo que se cuenta puede intuirse sin demasiado esfuerzo, será capaz de valorar aún más en la medida que se merece la propuesta, y experimentará la tan inquietante como satisfactoria sensación de que lo más terrorífico de la misma es que ha sido capaz de percibir los toques de atención y de adivinar así un horror que debería resultar inconcebible pero que, por el contrario, se nos antoja demasiado familiar.

 

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Por lo demás, y tras recomendar encarecidamente la lectura de Heridas abiertas, espero que “la moda Gillian Flynn” siga vigente el tiempo suficiente como para que se recupere también su segunda obra, Dark Places (2009), que en otro alarde de talento traductor vio la luz en nuestro idioma como La llamada del Kill Club, y de la que se espera también un inminente film con Charlize Theron como protagonista principal. Probablemente esta Lugares oscuros será inferior a Perdida, pero eso no significa que no podamos esperar de ella una grandísima novela, otra más, de una autora desde ya indispensable.

Heridas abiertas

Gillian Flynn

Trad.: Ana Alcaina

Roja & Negra (Literatura Random House)

Un comentario en “«Heridas abiertas», de Gillian Flynn, por Francisco J. Ortiz

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