«El consejero», por José Luis Muñoz

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Mucha expectación había creado el bautizo como guionista de cine de ese enorme escritor de novela negra que es Cormac McCarthy; parecía sobre el papel El consejero un éxito asegurado si tras la cámara se ponía Ridley Scott, un artesano del cine, en el buen sentido de la palabra, que de vez en cuando factura obras maestras ─ Alien, Blade Runner ─ y con un reparto en el que brillan nombres como el ubicuo Michael Fassbender, un camaleónico Javier Bardem, Penélope Cruz, Cameron Diaz, Brad Pitt, Rubén Blades, Bruno Ganz y Rosie Pérez; y con un tema tan atractivo como candente como el narcotráfico mexicano que está dejando tras de sí un reguero de sangre capaz de desbordar el río Grande. Pues con todos esos ingredientes, como suele pasar a veces con las paellas cuando uno compra en la pescadería lo mejor de lo mejor, el plato se quema.

No sabe uno a quién echar la culpa del desaguisado, pero a medida que avanza el filme, y el espectador no sabe exactamente qué hace el abogado sin nombre que interpreta Michael Fassbender ─¿no debería haberse llamado la película El abogado, por cierto, porque en vez de dar consejos más bien los recibe?─, cuál es la vinculación con el negocio de las drogas de ese extraño capo llamado Reiner que interpreta Javier Bardem ─extraño porque pese a vivir en una fortaleza no tiene guardaespaldas a sueldo, que los necesita perentoriamente como comprobarán los que vean la película─ y qué pinta Westray (Brad Pitt) en todo ese embrollo ─además de reencontrarse el actor de nuevo con Ridley Scott después de Thelma y Louise, y aquí de nuevo con sombrero tejano─, se termina sospechando que es el guion lo que falla, que a Cormac McCarthy le han faltado ganas, o inspiración, para escribir una de sus grandes historias, y que no ha sabido dibujar a sus personajes que se pierden en farragosos diálogos que parecen impostados.

Lo mejor de El consejero ─una road movie que gira alrededor de un camión cargado de droga que parte de Tijuana y acaba en Chicago, y del rastro de muertos que deja por el camino─ son sus escenas de acción ─el asalto al camión en el desierto, muy a lo Cormac McCarthy de No es país para viejos; la persecución que sufre Reiner; el acoso a Westray en Londres─ y algunas de sus interpretaciones, sobre todo la de Javier Bardem que, pese a un peinado imposible, está perfecto en su papel, y una sorprendente Cameron Diaz, en su papel de Malkina, una argentina cuyos padres desaparecieron en la dictadura militar y debe de haber heredado los genes de los que los torturaron y arrojaron al Atlántico, y es la mala absoluta de la película, mujer fatal por excelencia, algo hiperbólica, que filosofa sobre el placer de la caza y la elegancia del cazador pensando en sus dos gatitos (guepardos), y lo peor del film de Ridley Scott sus diálogos y sus escenas de sexo orales, habladas, habría que decir, como el sexo telefónico, salvo cuando Malkina literalmente se folla el coche de Reiner, una de las escenas eróticas más estrambóticas que recuerda uno haber visto y que requiere de una doble acrobática de Cameron Diaz para tan singul ar empeño.

 

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Tiene buenas intenciones el tándem Ridley Scott-Cormac McCarthy en El consejero ─dentro de la delincuencia persisten, aún con más fuerza, las clases sociales, y ahí están esos sudorosos conductores mexicanos del camión en contraposición a la lujosa vida de Reiner y Malkina que contemplan como sus guepardos cazan conejos en la llanura─, alerta de los peligros de aproximarse al mundo del narcotráfico, aunque sea a través de un despacho ─el abogado sufre en carne propia la sinrazón de la violencia─ y huye de un final convencional, típico del cine norteamericano, que terminaría en una catarsis vengativa y no con el protagonista roto por el dolor, pero la película no termina de enganchar en sus ciento veinte minutos porque no genera emociones en el espectador que asiste con frialdad a los acontecimientos y le cuesta mantener una empatía con un protagonista con el que Michael Fassbender no acaba de sentirse cómodo.

La película ha sido vapuleada por el noventa por ciento de la crítica cinematográfica internacional y nacional, salvo sonadas excepciones ─Carlos Boyero en El País─, pero rompo una lanza, aunque sea corta, por ella: Ridley Scott consigue, pese a todos los fallos clamorosos y evidentes del film, mantenerte clavado en la butaca. Un film que se sitúa, formalmente, en las antípodas de la mexicana Heli de Amat Escalante.

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