«El anarquista que se llamaba como yo», de Pablo Martín Sánchez, por Jesús Lens

El-anarquista-que-se4CB744Jesús Lens Espinosa de los Monteros

Es curioso que una novela con un título tan particular, llamativo, curioso, diferente y extraño tenga su origen, precisamente, en un nombre común y anodino: Pablo Martín Sánchez.

Ruego me disculpen los Pablos, los Martín y los Sánchez, pero no soy yo quién defiende la inanidad del nombre, Pablo Martín Sánchez, sino el propio autor. Autor que, un buen día, hizo eso que hacemos todos alguna vez: escribir nuestro nombre en Google y ver qué sale.

En su caso, camuflada entre decenas de referencias, apareció una historia que podía ser interesante: la de un anarquista ejecutado por el gobierno de Primo de Rivera tras haber formado parte de una expedición armada que, en noviembre de 1924, pasó de Francia a España, a través de Vera de Bidasoa.

Espoleado por la curiosidad, el Pablo Martín Sánchez escritor indagó en la vida del Pablo Martín Sánchez anarquista y revolucionario. Y lo que descubrió fue tan interesante que dio para una novela… de más de seiscientas páginas, publicada por la editorial Acantilado.

Reconozco que tengo una debilidad especial por la historia del anarcosindicalismo español ya que las biografías, aventuras y desventuras de Durruti, Ascaso y García Oliver son más excitantes que las mejores novelas de acción que cualquier autor pueda imaginar. Por eso no dudé en sumergirme en las páginas de El anarquista que se llamaba como yo, aunque jamás hubiera oído hablar de ninguno de los Pablos que protagonizan esta historia.

Y lo que me encontré fue un vasto, prolijo y apasionante fresco sobre una parte de la historia de España que, aplastada por el peso de la salvaje Guerra Civil y la grisura de la posguerra; resulta ser vibrante y luminosa, gozosa. Y no porque la vida fuera fácil y los años veinte españoles fueran precisamente felices días de vino y rosas, sino porque existía una conciencia de clase, un anhelo de justicia social y una capacidad de compromiso que, hoy, parece ciencia ficción. Y, sobre todo, porque existía la esperanza del cambio. La mera posibilidad de conseguirlo.

Con sus luces y sus sombras, Pablo Martín Sánchez transita entre las imprentas y los cafés de París y las avenidas de Madrid y Barcelona. Nos permite asistir a los encendidos discursos y altisonantes proclamas de Unamuno y Blasco Ibáñez y nos muestra las consecuencias que hacerles caso tuvieron para algunas personas. Y nos habla de las ilusiones, rotas y por romper. Y del amor. Y de la huida. Todo ello, entre bombas y disparos, octavillas y manifiestos, batidas y escondrijos.

Atención a la larga cita con la que comienza del libro, un fragmento de Una nación secuestrada, de Vicente Blasco Ibáñez.

“En la actualidad, solo existe una España cínicamente materialista, que únicamente piensa en los provechos vulgares e inmediatos; no cree en nada, no espera nada y acepta todas las vilezas del momento actual porque le falta valor para arrostrar las aventuras del porvenir. El país de Don Quijote se ha convertido en el de Sancho Panza: glotón, cobarde, servil, grotesco, incapaz de ninguna idea que exista más allá de los bordes de su pesebre”.

¿A que, palabra por palabra, podríamos suscribir hoy mismo esas palabras? Pues ese es el otro gran mérito y el juego que nos propone Pablo: trazar paralelismos entre la época en que vivió el Pablo anarquista y la época que vivimos tanto el Pablo autor como nosotros, los lectores de El anarquista que se llamaba como yo.

Por ejemplo, atención a este párrafo en que se cuenta cómo un niño descubre, por primera vez, un invento llamado cinematógrafo.

“En el interior del local, varios hombres y mujeres discutían las bondades del nuevo artilugio. Los optimistas aseguraban que el cinematógrafo ayudaría a mejorar la vida de la gente y contribuiría a desarrollar el pensamiento humano. Los pesimistas parecían convencidos de que aquello no pasaría de ser un entretenimiento de feria, como tantos otros que habían nacido y desaparecido con más pena que gloria. Y los apocalípticos de turno vaticinaban que secaría el cerebro a los niños y acabaría con el teatro, la ópera y la zarzuela. Pero allí estaban todos, expectantes, impacientes por asistir al acontecimiento del año”.

Salvando las distancias… ¿no sigue siendo una discusión absolutamente pertinente, si añadimos vídeo-consolas o móviles a la ecuación? Y así toda la narración.

Si te gustan las buenas novelas, sólidas y bien armadas; si quieres saber más de aquellos años de pre-guerra que tanto (o más) nos han marcado como la posguerra y si quieres enamorarte de unos personajes que, gracias al papel, recobran vida; no dejes de leer El anarquista que se llamaba como yo.

Pero, por si no te animas, una última perla que nos deja Pablo Martín Sánchez, recordando una máxima filosófica paterna. De esas frases que hay que escribir con letras de oro y enmarcar:

“Solo los valientes pueden tener miedo. Los que no tienen miedo no pueden ser valientes, porque los valientes son los que saben superar sus miedos”.

@jesus_lens

 
El anarquista que se llamaba como yo
Pablo Martín Sánchez
Acantilado

3 comentarios en “«El anarquista que se llamaba como yo», de Pablo Martín Sánchez, por Jesús Lens

  1. Celebro que te guste Jesús. A mi me ha entusiasmado pero como no quiero hacer ningún comentario todavía, pues se trata de una «seminovedad», es decir, aún está en algunos escaparates lebreros, me uno al tuyo que yo no podría hacer mejor.
    ¿Has leído a Montero Glez y su «Pólvora negra»?, supongo que sí. Si quieres aquí tienes un comentario:
    http://www.liberty-bienzobas.es/autores-obras/montero-gonzález-glez-roberto/pólvora-negra/
    Enrique

  2. Pingback: El anarquista que se llamaba como yo « Pateando el mundo

Deja un comentario