«La noche más oscura», por José Luis Muñoz

cr_12_la-noche-más-oscura-interiorJosé Luis Muñoz

Una de las principales características de la exmujer de James Cameron es que su cine es tan testosterónico (me acabo de inventar un neologismo) como el de su marido, o más. En la ya considerable filmografía de esta mujer de físico impactante (tan atractiva como atlética) abundan las películas de acción. Acero azul y Le llamaban Bodhi podían encuadrarse dentro del thriller negro. Días extraños entraba dentro del cine fantástico. El peso del agua era un dejá vu con tensiones amorosas entre dos siglos. En tierra hostil, con la que ganó su Óscar, era un extraño film bélico que se centraba en la adicción a la adrenalina de un artificiero del ejército USA en la guerra de Irak, conflicto por el que pasaba de puntillas. Con estos antecedentes nadie podía esperar una sorpresa, salvo el título que le han puesto aquí, que remite a la mística española, de La noche más oscura, la historia de una cacería humana, la de la agente Maya, a la que la actriz del momento Jessica Chastain encarna, del hombre más peligroso de la cruzada antiterrorista, Osama Bin Laden que, no olvidemos, fue creación de la CIA.

La película de Bigelow empieza con pantalla en negro y grabaciones de las últimas conversaciones de las víctimas de las Torres Gemelas y del vuelo de la United 93, quizá lo más dramático y estremecedor del film, las muertes que deben de ser vengadas en el particular ojo por ojo, diente por diente bíblico que practican norteamericanos e israelíes, para pasar, a continuación, a dar detalles de la larga búsqueda en el pajar mundial de la aguja Bin Laden, el Gerónimo de la baraja antiterrorista, unas pesquisas que duraron diez años y que ocuparon la vida de esta agente de la CIA, Maya, que, mientras tanto, se olvidó de vivir.

Bigelow rueda su thriller, aparentemente muy bien documentado con información privilegiada (lo que ha levantado una polvareda en EE.UU por tener acceso a ella) como si fuera recreación documental y por ello incluye la parte más sucia de la operación (torturas, cárceles secretas de la CIA, Guantánamo y Abu Graib), no para mostrar su repugnancia por esos métodos al margen de la ley (el espectador acrítico lo verá con los mismos ojos de la realizadora: un mal necesario para llegar a la verdad) sino como una información precisa, un paso decisivo, en esa búsqueda que llega a buen fin gracias al tesón de la agente secreto aplicando la máxima del fin justifica los medios.

El relativo reparo que puede causar al espectador las secuencias de los expeditivos interrogatorios (el llamado ahogamiento simulado, pero hubo otros, más brutales, que se omiten, y acabaron en muerte del prisionero) queda paliado por la brillante resolución final del comando de matones de las SEAL (un grupo salvaje de superhombres provistos de la tecnología tan avanzada como letal: ya dan miedo sin abrir fuego con esos cascos sembrados de cámaras) asaltando la casa de Abbotabav y realizando con precisión su trabajo de eliminar al líder de Al Qaeda.

Bigelow no cuestiona nada (es lo suyo: tampoco tomó partido en su anterior película) y se limita a mostrar en detalle la cacería humana del hombre más buscado por EE.UU. Maya es una buena interrogadora que goza de excelente estómago para asistir, sin vomitar, a la sarta de brutalidades que sufren los inermes detenidos a manos de su colega Larry (Edgar Ramírez), y los guerreros americanos hacen bien su trabajo descendiendo desde el cielo en sus helicópteros invisibles. Profesionales de la tortura, unos, y de la muerte, otros.

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Se podría caer en la tentación, viendo la película de Bigelow, que, como film de acción no es nada del otro jueves (lo mejor es la búsqueda e interceptación de las llamadas del correo en las caóticas calles de Abbotabav) y puede hacerse largo (lo es: dura casi tres horas), de afirmar que es una muestra de cine valiente, que el cine norteamericano, en aras de su sacrosanta libertad, hace aflorar hasta lo más turbio de su vida pública. Sí, pero sin consecuencias. Mientras en Europa la guerra sucia la realizan las cloacas del estado y, si son descubiertos, palman (un ministro y un director general de seguridad se fueron a la cárcel en España por los GAL) en EE.UU lo pueden hacer abiertamente y por eso son tan efectivos. Torturar y asesinar (porque no olvidemos que se asesinó a Osama Bin Laden y a unos cuantos más, entre ellos alguna mujer, que tropezaron en la noche más larga con los adiestrados SEAL en vez de llevarlos a juicio) en EE.UU no tiene consecuencias penales, tampoco asesinar llevando uniforme (ya nadie se acuerda del sargento despechado que masacró civiles en Afganistán). Por ello el film de Bigelow resulta tan convencional como innecesario a no ser que se trate de un spot publicitario de la famosa agencia.

Mérito tiene la esposa de Brad Pitt en El árbol de la vida de meterse en la piel de la gélida e inexpresiva Maya. Hay en el film una secuencia que la retrata perfectamente: ella y Jessica (Jennifer Ehle), otra agente de la CIA, huyendo de un hotel en llamas de Karachi, demolido por una bomba terrorista dirigida a ellas, sin prestar el más mínimo auxilio a las víctimas que gritan entre las llamas y los hierros retorcidos. También esa conducta insolidaria es un buen trabajo. Por ello las lágrimas que corren por las mejillas de la protagonista en la secuencia final uno no sabe cómo interpretarlas. ¿Es humana y en ese momento se deja vencer por todas las tensiones a las que no ha dado salida en las tres horas de la película? ¿Se lamenta por esos diez años invertidos en la búsqueda del enemigo público número uno de su país y de haber perdido tantas cosas en ese período? ¿Llora de emoción al saberse tan importante por haber descubierto la guarida del líder de Al Qaeda? ¿O es que con la muerte de Bin Laden ya no sabe qué va a hacer el resto de su vida y ésta deja de tener sentido? Final abierto para un film extraordinariamente plano.

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