«Perro vagabundo busca a quien morder», de Julián Ibáñez, por Sergio Torrijos Martínez

Sergio Torrijos Martínez

El binomio novela negra y Julián Ibáñez funcionan a la perfección. Es más, me atrevería a decir algo más y es lo siguiente: no se concibe la novela negra española sin este autor. Si alguien ha puesto cara extraña, ha pensado que el reseñista se ha desayunado con Marie Brizard o chinchón o Anís del Mono, algo no tan raro, no es cierto. Sé lo que digo, soy consciente de ello y me reafirmo en mis palabras. No soy, al menos yo, capaz de desligar la historia de nuestra literatura negra del nombre de Julián Ibáñez. Puede que guste o no, puede que se le reprochen muchas cosas, pero lo cierto es que es un escritor de una pieza y, más aún, un escritor negro de calidad.

La principal cualidad de este escritor es crear tramas de la nada, sin apenas datos, sin un estudio sesudo y concienzudo de una realidad cercana, no precisa mucho y menos necesita para engancharnos a ella. En apenas diez páginas te introduce en un mundo muy suyo, lo hace a modo de patada y una vez dentro no te permite abandonarlo hasta no haber terminado la lectura, siempre gratificante.

En esta ocasión abandona su territorio natural, ese centro peninsular plagadito de sabor, de clubes de carretera de deteriorado aspecto, de personajes tan cercanos a la delincuencia como los penados en libertad condicional, de muchachas de vida complicada y de un mundo bizarro, poderoso, algo cutre, muy real y sumamente sabroso. El lugar que elige Ibáñez es el norte, Bilbao, con mayor concreción. Un sitio inhóspito y despiadado, en especial para un policía nacional en el que convive en un estado de suma precariedad con el terrorismo, la incomprensión y aislamiento con respecto a otros policías, en este caso llamados amapolas.

Gusta el escritor de esos entornos hostiles, rudos, en los que introduce a sus personajes, que, aunque puedan aparecer en un primer momento como tiernos y dulces, a poco que se introducen en semejante terreno siempre demuestran estar a la altura. Pero aparte del entorno, también -y eso es todo un mérito- Julián consigue mostrarnos, sin mucho esfuerzo, esa sensación de decadencia y deterioro de la policía en el norte, esa retirada sin excusas que se va consumando y esa sensación de precario equilibrio que afecta a todo el relato.

Por si fuera poco también incluye una mirada, nada complaciente, sobre la clase empresarial española, aunque para Ibáñez ninguna mirada es complaciente y se dedica, seguramente afincado en la mejor tradición del género negro, a dejar en mal lugar a todo aquel que dedica su atención. Ya saben: cosas de novelistas y novelas negras.

Otra de las características de Ibáñez como escritor es su prosa, materia reservada, de sencillo trato, aunque algo arisco y rudo, pues no es usada salvo como herramienta a modo de martillo, alicate o tenaza.

No puedo extenderme mucho más, simplemente recomendarles la novela. No defraudará, el escritor tiene esa cualidad de que sus novelas nunca decepcionan y es tan confiable como un arma de fuego.

 

Perro vagabundo busca a quien morder
Julián Ibáñez
Alrevés

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