«La senda trazada», de Pedro de Paz, por Francisco J. Ortiz

Todo está en los libros

Francisco J. Ortiz

Vaya por delante que esta no es una novela negra. Ni siquiera policíaca, aunque no falte algún que otro muerto. Y lo pertinente de la advertencia lo presupone, por un lado, el objeto de interés primordial de la sacrosanta casa digital que acoge estas líneas -que no es otro que el noir en todas sus manifestaciones-; por otro, y así se justifica que dediquemos nuestra atención a La senda trazada, que su autor, Pedro de Paz, ha cultivado en alguna ocasión el género desde una perspectiva más ortodoxa.

Así, cualquiera que recuerde su segunda novela, aquel thriller urbano sobre la pornografía en el ciberespacio titulado Muñecas tras el cristal, o los relatos con los que ha participado en diversas antologías -sin ir más lejos, aquella fundamental La lista negra que editó Salto de Página hace tres años-, no se extrañará al advertir la adscripción, aunque solo sea intermitente, de este escritor madrileño al género negro. Pero de la misma manera, todo aquel que haya leído las otras novelas del autor –El hombre que mató a Durruti y El documento Saldaña– se hará cargo de la amplitud de sus intereses, que pasan principalmente por el retrato de nuestra memoria histórica reciente así como por el interés por la intrahistoria, la documentación bibliográfica y, sobre todo, el empleo de la intriga como herramienta narrativa.

Algo hay de todo ello en La senda trazada, una novela no policíaca pero sí de intriga que podría circunscribirse dentro de lo que ha venido a llamarse “el género del best seller”. Paradójicamente, tanto da que el libro sea verdaderamente un título muy vendido o no; lo que importa es la conjunción de elementos que se presuponen pueden interesar a un gran número de posibles lectores para armar un best seller al uso. La senda trazada hace gala de varios de esos elementos: un premio literario que la avala (en este caso, el XX Premio de Novela Luis Berenguer), una premisa atractiva que puede anticiparse con una leyenda intrigante (“Es posible que el futuro ya esté escrito”, se lee en la cubierta del libro), y el concurso de aspectos reconocibles por y de interés para un amplio sector del público, como el vínculo de la ficción con acontecimientos que podrían ser reales y estar presentes en la vida pública, o la presencia de elementos de moda dentro del género, caso de librerías ominosas y libros misteriosos, con pasajes en latín y que parecen no figurar en ningún registro; objetos estos de longeva tradición literaria desde Lovecraft a casos más recientes como Dan Brown o Carlos Ruiz Zafón, pasando por el Umberto Eco de El nombre de la rosa.

Véase si no: el protagonista de La senda trazada, un periodista gráfico freelance que atraviesa un episodio vital complicado -apenas encuentra trabajo y su compañera sentimental ha roto la relación-, adquiere un misterioso ejemplar en una librería de viejo. Pronto se dará cuenta de que dicho volumen no es sino una recopilación de notas necrológicas que atienden a defunciones que todavía están por venir, predicciones fatales que lo conducirán a intentar evitar algunas de esas muertes. Como se ve, estamos ante una conjunción de elementos realistas y fantásticos en el tiempo presente y en un marco espacial y social fácilmente reconocible. Llegado este punto cabe plantearse: ¿qué distingue a La senda trazada de, por ejemplo, El Código Da Vinci? Sobre todo, y además de que (lamentablemente) Pedro de Paz venderá menos ejemplares que Brown (al que solo le faltaba el apoyo de Hollywood, Tom Hanks y Ron Howard mediante), que el libro que nos ocupa no sacrifica la calidad literaria en beneficio del único objetivo que parecen tener los best sellers del estadounidense: atrapar la atención del lector por encima de cualquier otra consideración. Porque el relato de Pedro de Paz responde a la misma tradición que Brown: la de las novelas de folletín por entregas del siglo XIX, con un héroe reconocible con el que identificarse y cliffhangers a cada final de capítulo para mantener en vilo a los lectores. Pero al contrario que este, y aunque en contadas ocasiones caiga en alguna reiteración superflua, De Paz escribe muy bien, apostando por un cuidado formal que no desmerece el recuerdo de Robert Louis Stevenson, Charles Dickens o Wilkie Collins, cuyos restos mortales pueden descansar en paz si logran ignorar la literatura de algunos advenedizos en esto del best seller de pega.

Hablando de héroes: el inequívoco signo de los tiempos se hace patente, y el Alfonso Heredia que protagoniza La senda trazada está lejos de ser un héroe intachable; incluso la etiqueta de antihéroe podría quedarle grande en algunos episodios. Más bien se trata de un individuo común inmerso en una situación extraordinaria, que sirve a Pedro de Paz para construir algo que en estos días a algunos podría parecerles pasado de moda, pero que desde luego no lo es tanto y que buena falta nos hace: una fábula moral. Léanla, pero no busquen en sus páginas la respuesta a los dilemas que plantea. Como la mejor literatura, este libro no da respuestas; solo plantea preguntas. Las respuestas están en otra parte.


La senda trazada
Pedro de Paz
Algaida

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