«El lamento de las sirenas», de Michael Koryta, por Ricardo Bosque

Ricardo Bosque

El año pasado, más o menos por estas mismas fechas, llegaba a mis manos una novela que ya empezaba a cautivarme desde la portada. También desde su título: Esta noche digo adiós. Pero había algo que no me encajaba, y no era otra cosa que se mezclasen los nombres de su autor, un insultantemente joven Michael Koryta de tan solo 22 años en el momento de su publicación con los de los veteranos e intocables Hammett y Chandler. y se mezclaban esos tres apellidos nada más y nada menos que para establecer comparaciones entre ellos, destacando lo parecido que podía resultar el recién llegado a los dos monstruos de las letras negras.

No me gustan las exageraciones, así que afronté la lectura de la novela con la debida cautela y casi con la pistola cargada y dispuesta a disparar a la mínima ocasión que tuviera de hacerlo. No la tuve. Al contrario, cada cierto de número de páginas un impulso de incredulidad me llevaba a revisar la solapa del libro y contemplar, una vez más, el rostro escandalosamente juvenil e incluso inocente del autor.

Porque, de la mano de la pareja protagonista, los detectives privados Linconl Perry y Joe Pritchard -expolicías ambos, treintañero el primero y rondando los sesenta el segundo-, Koryta nos conducía a una velocidad trepidante por una trama que bien podría haber salido de la mano de los anteriormente citados como elementos de comparación. O de un Block. O de un Westlake. O, por qué no, de un tal Ross Macdonald. Casi nada.

Lo mismo sucedía con los escenarios que, a pesar de corresponder a nuestro siglo, retrotraían al lector a los cincuenta de una ciudad fría y desapacible como Cleveland. O con los afilados diálogos que salían de las bocas de sus protagonistas, que bien podrían llamarse Spade, Marlowe, Scuder o Archer por poner algunos ejemplos recurrentes.

Decía Rodrigo Fresán -director de la colección Roja & Negra y responsable del feliz descubrimiento para los lectores españoles- en el prólogo que lo bueno estaba por venir, que la novela que más le gustaba de la serie era la segunda, la que ahora, un año después, acabo de disfrutar. Bien, no puedo hablar del conjunto de los libros protagonizados por Perry y Pritchard, pero convengo con Fresán en que esta segunda, El lamento de las sirenas -pero qué bien elige los títulos además el bueno de Koryta- es superior a la que inauguraba la saga, con unos personajes crecidos y con una mayor complejidad en la historia que cuenta. Y, ahora que lo pienso, con un cierto toque al nombrado Macdonald en cuanto al peso que la familia del protagonista -la familia de sangre y la que conforman sus amigos de la infancia- tiene en la trama.

Una trama que comienza como suelen pasar las cosas muchas veces, por casualidad. La casualidad que quiere que Perry se entere por televisión de que Ed Gradduk -su viejo amigo de la niñez, aquel a quien encarceló unos cuantos años atrás y del que no sabía nada desde hacía bastante tiempo- parece ser el responsable del incendio de una casa en ruinas. algo que no tendría demasiada trascendencia si no fuera porque en su interior la policía encuentra el cuerpo de una mujer a la que han pegado un par de tiros.

Perry se empeñará en localizar a su antiguo amigo convencido de su inocencia, lo que le obligará a regresar a su barrio de toda la vida, el barrio al que no pudo volver precisamente desde que se encargó de encarcelar a Gradduk. Porque hay cosas que no se les hacen a los amigos, sean cuales sean las circunstancias. Sobre todo cuando éstas no están demasiado claras.

No revelo más de la historia, simplemente termino esta reseña con lo que casi es una súplica: no dejen de leer a Koryta. Lo lamentarán profundamente.

@ricardo_bosque

 

El lamento de las sirenas
Michael Koryta
Trad.: Sergio Lledó
Mondadori Roja & Negra

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