«Almería 66», de Francisco Ortiz, por Herminia Luque Ortiz

Herminia Luque Ortiz

Veintiséis asesinatos –tres uxoricidios, dos infanticidios, un parricidio-, cinco suicidios, cinco violaciones, tres asesinos en serie. Todo ello en cuarenta y cuatro relatos de extensión variable, relatos cortos sin llegar a ser microrrelatos; narraciones breves pero plenas de significado por sí solas.

Con estos relatos, Francisco Ortiz compone un mosaico implacable de violencia y horror. Utilizando las piezas precisas, teselas negrísimas y fondos en blanco (lo elidido, lo no contado, que también cuenta), el escritor nos dibuja el rostro implacable de la violencia; un diseño fragmentado al que sólo el cemento de las palabras puede dar una coherencia absoluta.

Porque es la violencia, sin duda, el principal protagonista de este libro, la que vertebra el corpus de relatos. Una violencia narrada en muchos relatos desde dentro, en primera persona; incluso desde la perspectiva de la víctima, con la voz que sólo la literatura puede prestar a una víctima o a quien está a punto de sucumbir.

Una violencia que se manifiesta en el crimen, como forma más palmaria, pero también en el sexo, incluso en el sexo consentido (el sexo como forma de dominio y coerción) y también en la prostitución, en la pobreza o la sordidez extremas.

Una violencia que aparece entreverada con el desprecio, el miedo, la venganza, el odio, la desesperación e incluso con la indiferencia más repulsiva.

Una violencia que, lejos de ser extraña o parecer lejana, está incrustada hasta los tuétanos en nuestra sociedad y Francisco Ortiz hace que la sintamos cercana. Cercana y banal, porque está mezclada con cosas cercanas y banales (una vecina del bloque, bares y pisos cotidianos, un paisaje familiar), cosas de repente distorsionadas por una brutalidad exorbitante y fatal.

No es en absoluto un libro fácil. Quien guste de historias blandas y bienintencionadas que mire hacia otra parte: en nuestra lengua no faltan escritores al estilo isabelino, decimonónicos moralistas a tiempo completo. Porque quizá no esté de más recordar que moralidad y literatura rara vez coinciden; no suelen hacer buenas migas las buenas intenciones y la búsqueda de una voz narrativa propia, sin concesiones al canon, a lo aplaudido ya.

Francisco Ortiz utiliza un lenguaje aparentemente sencillo, el que conviene a unas historias ásperas y duras como éstas. Mas esa sencillez se diluye si analizamos los recursos de los que se sirve el autor y la pericia con la que son administrados. Recursos lingüísticos y narrativos pero también emocionales, pues no sólo juega con las palabras y con esa formidable economía verbal a las que se debe el relato corto sino que juega con las emociones más primarias para obtener el impacto deseado en el lector.

Una somera enumeración de esos recursos puede se ésta: un vocabulario que recoge registros locales o hablas juveniles (flipar, mogollón) y jergas bajunas (gachí, chumi, parienta, chungo), un insultologio completo como en el relato Todo tan fácil; un habla coloquial que, no obstante respeta la norma culta, tanto en la construcción sintáctica como en la fonética; monólogos interiores con la sola separación de comas para expresar, por ejemplo, ese flujo de amor criminal o de crimen amatorio que es Amarte aunque no te tenga; la utilización de un paisaje bello, esas playas de Almería 66 como contrapunto de una desgraciada historia; la apelación a un interlocutor como recurso enfático que dota de credibilidad al relato (en Matar al padre); el diálogo desnudo, con toda su potencia, en Frente a frente; la rememoración del pasado como contraste del presente (Tres amigos); el empleo de la ceguera como símbolo de otra lucidez en Una mente llena de luz, o de lo más negro del alma Con manos ciegas; la prostitución como alegoría del desengaño de todos los sueños (Creció la edad); el amor y la ensoñación que también atañen al despiadado sicario (Los ojos de la hermana de Aner); el deseo que asalta al ladrón y lo conduce a la temeridad y su fatal consecuencia (El espejo exacto).

Una reflexión metaliteraria sobre los escritores de novela negra (El asesinato) cierra el conjunto de relatos con gran brillantez y una buena dosis de ironía.

La redención estética quizá sea la única redención posible, parece decirnos el autor, la única forma viable de exorcizar la violencia que rezuma nuestra sociedad. La estética hiperrealista, elegida para su discurso narrativo, no lo es tanto si analizamos con detenimiento los materiales seleccionados. Pues como ocurre en una pintura tenebrista, se han elegido los elementos necesarios para resaltar la negrura, las pinceladas eligen lo que el ojo cotidiano apenas ve o lo que queda desperdigado en mil impresiones. El escritor ha concentrado esas percepciones para ofrecernos un implacable lienzo de nuestra sociedad.

Sí, éste es también nuestro mundo. Francisco Ortiz lo ha convertido en literatura, en excelente literatura para nosotros. No se la pierdan. Lean este soberbio collage del horror. No les dejará indiferentes, se lo aseguro.

Almería 66
Francisco Ortiz
Instituto de Estudios Almerienses

3 comentarios en “«Almería 66», de Francisco Ortiz, por Herminia Luque Ortiz

  1. Magnífica reseña del libro de Francisco Ortiz. Lo que más me gusta de su lectura es que se nota que es un gran enamorado de la novela negra y lo demuestra con cada línea que escribe.

    Cambiando de tema, me permito enlazar este blog con el de nuestra librería. Hemos publicado un enlace directamente hacia esta página.

    Un saludo.

    Librería Atlántida.

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